Por Profesor Rafael Campos Rausseo C.N.P 3587
Ocupar una posición directiva en una empresa o institución, ya sea como gerente, supervisor, director, capataz o cualquier otra, implica la ineludible necesidad de tomar decisiones que muy difícilmente darán satisfacciones a todo el mundo, siempre habrá alguien descontento u ofendido.
Son muchas las situaciones que se tienen que afrontar y resolver. Tanto es así, que muchos gerentes de larga experiencia en manejo de recursos humanos, con las más variadas personalidades, admiten las dificultades que tienen que pasar a la hora de tomar una decisión. Sin embargo, afirman que hay que tener valor para guiarse por el propio criterio, ya que, sea cual fuere lo que se haga, no faltará quien diga que están equivocados.
Para probar estos puntos de vista, enumeraremos las siguientes disyuntivas con las que se puede ver enfrentado cualquier ejecutivo y los cometarios que sus actos probablemente provoquen:
* Si estamos de acuerdo con algo, se nos tildará de adulteradores.
* Si cambiamos un procedimiento o método, estamos tratando de crearnos un nombre dentro de la empresa.
* Si no cambiamos un procedimiento o un método, carecemos de iniciativa o de espíritu progresista.
* Si le damos un trato cordial y amistoso a los empleados, estamos haciendo demagogia a costa de la disciplina y el orden, y sentando un mal precedente.
* Si mantenemos la distancia y adoptamos una actitud rígida, somos orgullosos o engreídos.
* Si disculpamos la falta de un empleado, somos débiles o parciales. Si no la disculpamos, somos déspotas o discriminadores.
* Si redactamos un informe sobre los progresos realizados en el departamento, nos guía sólo el propósito de ganar prestigio personal. Si no lo hacemos, le estamos negando a nuestros empleados la oportunidad de que se les dé el crédito que merecen por su desempeño o ideas.
* Si alguien nos hace una sugerencia y la aceptamos, estamos tratando de beneficiarnos con las ideas ajenas. Si rechazamos la idea que se nos ha sugerido, estamos desalentando la iniciativa de nuestros empleados.
* Si nos retiramos del trabajo por sentirnos enfermos, estamos aprovechándonos de nuestra posi-ción. Si nos quedamos, pese a no sentirnos bien, queremos crearnos la reputación de sacrificarnos por la empresa.
* Si ofrecemos adiestrar a alguien con el fin de que tenga mayores probabilidades de progresar, estamos pretendiendo sentar fama de saberlo todo. Si no lo hacemos, es porque tenemos temor de que esa persona resulte mejor que nosotros mismos y pueda desplazarnos en el futuro.
* Si exigimos un trabajo en equipo, se nos acusará de mandones. Si no exigimos y logramos un trabajo en equipo, carecemos de energía.
Estas situaciones, cuyo número podría ampliarse prácticamente al infinito, es lo que hace que muchos hombres en posición directiva teman asumir la responsabilidad de sus actos. Pero este temor es lo que les impide desempeñarse con eficiencia y constituye el más serio obstáculo para su progreso dentro de la empresa para la cual trabajan. Cuando se enfrentan con la necesidad de tomar una decisión temen hacer lo que corresponda.
En consecuencia se sienten inclinados a seguir la línea de menor resistencia, creyendo que en esa forma no ofenderán a nadie. Sin embargo, muy pocos saben o están dispuestos a admitir, aún a sí mismos, qué es lo que tememos cuál es la razón de sus temores.
Aquellos que son capaces de identificarlos y dominarlos concluyen desempeñando sus funciones con mucha mayor eficacia. Los que no lo consiguen vegetan en una posición de mediocridad, porque el temor destruye la capacidad de tomar decisiones, reduce considerablemente la eficacia, paraliza las comunicaciones y alimenta los resentimientos.
Desafortunadamente, la mayoría de las personas tienen la tendencia a ocultar sus temores, tal vez porque piensan que manifestarlos es un signo de cobardía. Sin embargo, hasta los más grandes héroes confiesan haber tenido miedo. Y es que el coraje consiste, precisamente, no en no sentir miedo sino en saber dominarlo.
¿Cómo hacerle frente, entonces? Simplemente reconociendo que el temor es una emoción normal que no debe constituir un motivo de vergüenza. Lo que debe hacerse es encontrar qué es lo que nos atemoriza, examinarlo, preguntarse si es justificado y cómo se podrá superarlo. Si este procedimiento no diera resultado, lo mejor y más práctico es consultar la situación con alguien en quien se tenga confianza. Además de manifestar el temor y ponerlo ante los ojos, se tendrá la ventaja de escuchar los puntos de vista de otra persona, que al no estar emocionalmente envuelta en el problema, puede ver las cosas con mucha mayor objetividad. Al exteriorizar los temores se asumen proporciones más realistas.
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