(13) “La familia: fuente inagotable de valores humanos”
“Debemos hacer del siglo XXI el siglo del amor de la familia, y el siglo de la familia global. Es decir, convertirlo en un siglo en el cual activemos el poder del amor para propiciar que todas las personas manifiesten su máximo potencial”. Daisaku Ikeda
Han transcurrido escasos diecisiete años de haber comenzado el nuevo siglo y la humanidad se enfrenta a nuevos retos a los que nunca antes nadie se hubiera imaginado tendría que enfrentar.
La naturaleza humana revela cada vez más, cuán destructiva puede llegar a ser, y junto a diversos factores colaterales, pareciera que nuestro género, se dirigiera inevitablemente hacia su propia extinción.
Todos vemos constantemente, cómo se han ido perdiendo los valores tradicionales de la institución familiar. Hoy por hoy, son pocos los hogares en donde aún prevalencen el reconocimiento a esas enseñanzas de nuestras generaciones anteriores.
Dado que los tiempos cambian vertiginosamente, deseo mencionar que no se intenta de inventar nada nuevo, por el contrario deberíamos retornar, o más bien revitalizar, el auténtico concepto de lo que debería ser la familia como núcleo básico de nuestra sociedad, y punto de partida para la formación de las nuevas generaciones, a fin de que sean capaces de enfrentar: la deshumanización del ser humano.
Esta tarea nos toca desarrollarla a todos por igual, hombres y mujeres, adultos y jóvenes; de manera que el destino de la humanidad se enrrumbe hacia el logro de una auténtica valorización de la vida misma, como el camino hacia una coexistencia pacífica de la humanidad.
¿Qué podemos hacer?
Como seres humanos preguntémonos: cuando venimos a esta existencia: ¿por dónde empezamos a relacionarnos con el significado de las palabras: madre, padre, hermanos, el bien y el mal, lo correcto o lo incorrecto, el corazón, los sentimientos, la felicidad, la vida, y la muerte? Todo empieza por el hogar. Por lo tanto, la familia, es el terreno más fértil para generar una renovada cultura de respeto por los valores básicos de la vida, en donde aprendemos a relacionarnos con los demás, en donde se nos debería enseñar que las diferencias entre los miembros de la familia humana, no deben ser motivo para impedirnos convivir en armonía.
Sin embargo debemos aceptar una realidad: uno no nace conociendo estos aspectos de la vida; nuestro entorno familiar, nos enseña a conocerlos, a aceptarlos y en otros casos lamentablemente, a rechazarlos ferozmente.
Por su parte, Daisaku Ikeda, filósofo, y educador sostiene en su libro “El Nuevo Humanismo” que el ser humano no nace odiando a los demás. Esta actitud es enseñada por nosotros, los seres humanos. Ante esta cruel realidad, él propone que sea el mismo género humano quien enseñe a establecer la auténtica convivencia humana basada en una tolerancia activa y en el supremo respeto a la vida misma.
Eleanor Roosevelt quien contribuyó en la preparación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, dijo cierta vez: “¿Dónde comienzan, en fin de cuentas, los derechos humanos universales? En lugares pequeños, cercanos al hogar...Si no hay conciencia ciudadana que los defienda cerca del hogar, en vano trataremos de procurar su progreso en el mundo en general”.
La familia generadora de valores humanos
Si partimos de la premisa de que el hogar debería ser “el núcleo de la felicidad básica de la sociedad” en donde dos personas que han decidido emprender juntos ese viaje por la vida, generan y traen a este mundo a los hijos fruto de esa relación, podríamos preguntarnos entonces: ¿cómo podemos fortalecer y aún más, crear constantemente relaciones familiares más profundas y a la vez generadoras de grandes valores humanos?
Cada familia tiene la responsabilidad de crear sus propias circunstancias partiendo de una realidad particular y esforzarse por aprender juntos a: lograr construir su propia felicidad, distinguir el bien del mal, aprender y enseñar a respetar a los demás, apoyarse mutuamente, ser solidarios con quien más sufre, compartir los buenos y también los malos ratos que la vida nos lleve a enfrentar.
Los tiempos han cambiado y la crisis actual de la familia, pone de relieve la necesidad urgente de dirigir nuestra mirada hacia una re-dimensión en el rol de los protagonistas principales la madre y el padre.
Por ejemplo, tradicionalmente creemos que las tareas básicas de los padres consisten en procrear, criar, proteger, enseñar y educar. Sin embargo, nadie nace “sabiendo” cómo convertirse en padre o madre de un nuevo ser humano. Los humanos aprendemos por el ejemplo que nuestros antecesores nos transmitieron de generación en generación.
El rol del padre y de la madre en el hogar
Para nadie es ajena la realidad de que lamentablemente en nuestro mundo actual, muchos padres modernos abandonan, se olvidan o nunca aprendieron sobre lo que significa la paternidad. Los especialistas en la materia dicen que la ausencia del padre en el hogar constituye uno de los mayores obstáculos en la educación familiar exitosa. En múltiples ocasiones, cuando esto sucede, el amor materno tiende a volverse un amor ciego y, en este caso, su influencia nunca es positiva. Sin embargo la razón más significativa para que se genere este fenómeno, parece ser que el padre abandone sus responsabilidades en el hogar.
En la mayoría de los casos, la protección excesiva de la madre se debe a la falta de dirección que normalmente debería venir del padre. Si los deberes de la madre respecto a educar a los niños se vuelven excesivos y el padre abandona totalmente sus responsabilidades, el efecto será que habrá un desequilibrio en la orientación del hogar.
Es indispensable que el padre comparta su visión de la vida con los hijos. Sin la educación y la capacitación del padre, el niño con certeza, desarrollará anormalidades de su carácter. Es fundamental que los padres reflexionemos sobre este punto.
Por otro lado, no son pocas las familias, y más en nuestra realidad venezolana en donde la mujer desempeña las tareas de madre y padre sin problemas. Aún así, parece muy natural que los niños en esos hogares crezcan felices, manifestando amor por la vida. Eso probablemente se debe a que los niños perciben la preocupación de la madre por cubrir ambos roles en sus vidas.
Debemos enfatizar que el hogar no solamente es el lugar donde los miembros de la familia se relajan y desfrutan de la compañía unos de los otros; también es el lugar en que todos aprenden mutuamente. Los niños obtienen del amor de su madre y la sabiduría de su padre, para enfrentar la vida cotidiana. De esta forma, cada niño desarrolla plenamente su personalidad.
De acuerdo con estudios realizados, los niños buscan a la madre para que ellas les enseñen cómo comportarse, cómo hablar, y esperan que el padre hable con ellos sobre la escuela, los profesores, las clases, y también sobre temas como la política, la economía y también sobre la cultura.
Los niños se satisfacen oyendo o compartiendo las opiniones de sus padres sobre la vida y el mundo. En esencia, es decir profundamente, los niños poseen un sentido bien definido de los papeles de la madre y del padre.
Se puede afirmar que la prosperidad de cada familia, de cada sociedad o nación, aún del mundo entero en última instancia, descansa sobre los hombros de esta estructura básica de la raza humana.
La influencia de una madre sobre su hijo es como el aire a su alrededor, invisible, pero de supremo poder e importancia. Aun sin palabras, la visión que una madre tiene de la vida, será comunicada de forma natural al niño, influenciándolo positiva o negativamente. A través del contacto con sus madres, los niños aprenden a enfrentar las circunstancias difíciles, desarrollan la habilidad de distinguir el bien del mal y el coraje de defender lo que creen correcto.
Los niños observan todo lo que sus madres hacen. Si la escuchan decir una mentira, sin poder analizarlo aún, ésa sería su primera lección de cómo convertirse en un hábil mentiroso. Por otro lado, si su madre tiene una actitud vivaz y positiva, aunque nunca obtengan riquezas materiales o estatus social, los niños heredarán el más valioso de todos los tesoros: una fuerza espiritual que nunca será quebrantada. Esta fortaleza interior es lo que determina si un niño llevará una vida dichosa o infeliz.
Es por todo lo antes expresado que el Dr. Ikeda propone: “para mantener y profundizar nuestro humanismo, es esencial que las madres y los padres trabajen juntos, en una asociación signada por la reciprocidad y el apoyo mutuo.
Y agrega: “La clave para que funcione esta clase de relación recíproca y de mutuo apoyo yace en la iniciativa de la mujer. En mi opinión, los hombres funcionan mejor como buenos colaboradores y camaradas. La experiencia directa e indirecta me ha convencido de que la sabiduría y la fortaleza de las madres son el elemento central en el desarrollo sano de los individuos” ●
Por: Luis Del Alcázar. Basado en“Cómo Crear y Sostener un Siglo de la Vida” – El Desafío de una nueva época y la obra “La Familia Creativa”, ambos de Daisaku Ikeda.
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