(38) El corcho y el diamante
Hace miles de años, se desprendió una roca de la ladera de una montaña nevada y empezó a rodar cuesta abajo, hasta que se detuvo en una pequeña planicie.
Llegó la primavera. Los rayos cálidos del Sol comenzaron a derretir la nieve que se había acumulado en las alturas y formó un diminuto hilo de agua que se fue ensanchando, hasta convertirse en un arroyo. Éste arrastró la piedra hasta un río caudaloso.
El peñasco se fue puliendo, mientras rodaba por el lecho del río. La erosión dejó ver que, en su interior, la piedra contenía un hermoso diamante.
Pero la preciosa gema estaba allí, oculta de la mirada de todos, en el fondo oscuro del río. Cierto día, una tormenta se desató, tempestuosa, sobre la selva que proliferaba a ambos lados del río y desprendió la corteza de un árbol de corcho; el agua de lluvia la arrastró hasta el torrente fluvial, que se la llevó corriente abajo.
¡Qué no hubiera dado el diamante por ser como el corcho y poder escapar de aquella sepultura en el fondo del río! i Qué hubiera hecho para mostrar su belleza, que nadie podía ver!
Tiempo después, un pescador divisó desde su bote el corcho que flotaba y se dijo: “¡Qué bien me vendría, para mis viejas redes!”. Pero ¡oh, desilusión!, el agua lo había podrido y el pedazo de corteza ya no le servía al pescador para nada.
Al devolverlo al agua, observó un resplandor en el fondo del río, que le llamó la atención: era el diamante. Intentó entonces extraerlo, usando los elementos que tenía en el bote: tiró redes, utilizó cañas y hasta su propia ancla; pero fue inútil: nada sirvió. Por fin, cayó la noche. Como no veía nada, el pescador dejó una señal en la orilla y, extenuado, regresó a su cabaña.
A la mañana siguiente, volvió y continuó esforzándose, pero tampoco pudo alcanzar su cometido; así, día tras día, intentó vanamente rescatar el diamante, hasta que se dijo: “Cada vez que logro asirlo, la corriente me lo arrebata. Voy a arrojarme al agua: esta vez, será mío”.
Luego de muchas horas de luchar contra la corriente traicionera, logró atraparlo.
Casi sin aliento, pero con la alegría de haber triunfado, llegó a la orilla y se encaminó de prisa hacia el pueblo. Allí vendió la gema y, con el dinero, compró redes nuevas para seguir trabajando, un bote más grande y bienes necesarios para su familia.
De esa forma, se logró sus objetivos y logró beneficiar a quienes lo rodeaban.
Moraleja: Las virtudes superficiales son efímeras. Tal como sucedió con el corcho del cuento, muchas veces creemos que estar dotados de cierta capacidad suficiente como para defendemos toda la vida.
Pero no es así: los recursos superficiales sólo sirven por un tiempo y luego se agotan.
Lo valedero consiste esforzamos en nuestro desarrollo y avance cotidiano para poder extraer sabiduría de nuestro interior. Con ella, surgirán otras virtudes que jamás habríamos imaginado, que perpetuarán el bienestar y la libertad que hemos logrado.
Hay un famoso poema que dice:
Sueñen, aunque el sueño parezca imposible.
Luchen, aunque el enemigo parezca invencible.
Soporten el dolor, aunque éste parezca insoportable.
Corran por donde el bravo no osa ir.
Transformen el mal en bien, aunque sea necesario caminar mil millas.
Amen lo puro e inocente, aunque sea inexistente.
Resistan aun cuando el cuerpo no resista más.
Y, al final, alcanzarán aquella estrella, aunque ésta parezca inalcanzable. ●
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